‘Detachment’, la puta y el castrado

Las películas sobre la época escolar cuentan con ventaja a la hora de conectar con el público porque todos sabemos reconocer sus elementos, quien más quien menos. Todos hemos estado ahí. Todos hemos tenido una etiqueta que nos clasificara en el micro-ecosistema que es un aula: el Gordo, el Gracioso, el Apestado, el Empollón, la Granos, la Puta, el Guapo, el Cabrón. Hasta el Desapercibido, ese que aparentemente no tiene papel porque no tiene cualidades que destaquen y por lo tanto no encaja en ningún grupo. Él es su propio grupo.

En 2008, Entre les Murs lo petó. De su argumento no se puede destacar nada fuera de lo común, pero ahí reside precisamente su grandeza: Cantet supo trasplantar la realidad de un curso escolar (francés) al cine, dándole al conjunto un tono que se acercaba mucho al documental ficticio. En 2011 –mismo año de estreno de ‘Detachment’– llegaba a los cines Monsieur Lazhar, un relato escolar que en lugar de centrarse en sus alumnos prefería centrarse en el profesor y sus circunstancias. Estas circunstancias permitieron salpicar la historia con gotitas de denuncia social, pero la ternura y el buenrollismo predominaba en general.

No es el caso de ‘Detachment’. Comparada con las dos anteriores ésta es la renegada, la prima yonqui a la que todos tus mayores odian y tú adoras porque las pocas veces que la has visto te ha llevado aparte y te ha contado verdades sobre la Vida; es cínica, está amargada y te sabe explicar por qué.

 

Brody interpreta a Henry Barthes, un profesor interino de Lengua Inglesa. Tiene un currículum intimidante, y en los escasos minutos que le vemos dar clase queda patente que Barthes es distinto, es mejor. No parece verse limitado por el tedio y la desesperanza de sus colegas de profesión. Él observa, comprende y ordena. Sin embargo, no es una persona alegre, de hecho parece estar amargado, y en cierto punto se cruzará con un personaje que nos ayudará a entenderle como persona y como profesional.

Hablando pronto y claro, ‘Detachment’ es catastrofista. Es una crítica –visceral en su discurso pero poética en su ejecución– al sector educativo y no deja títere con cabeza: los padres son gilipollas, los alumnos maleducados y los profesores están cansados de la vida y de su trabajo. Cuesta encontrar el apunte optimista, que lo hay, pero aún así es agridulce y lo cojonudo es que no está en relación con nada de lo transcurrido en el colegio.

Tony Kaye, un señor que os sonará por haber dirigido aquella tontería con Edward Norton llamada ‘American History X’ y por parecer la versión homeless de Gandalf el Gris, ha optado por un acercamiento poco lineal a la hora de desarrollar la historia y, con la excusa de que Barthes es profesor de inglés, ha teñido de lirismo el montaje llevando a lo visual cierto cuento de Edgar Allan Poe sobre el que planea todo el guion, cuyo tono ‘alegre y jocoso’ (guiño-guiño-codazo) le venía de perlas a la película. Como resultado, queda una curiosa mezcla de relato personal y denuncia social, de ‘te escupo en tu cara que como profesional eres un mierda’ y ‘mira, esta aula en ruinas es una metáfora de tu vida’. Por mí bien.

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